Anuncios políticos sobre recambios de cámaras de seguridad no alcanzan si nadie responde al otro lado. Esa es la sensación que crece entre muchos jóvenes de San Isidro, especialmente quienes se mueven a pie, en transporte o en bicicleta por zonas donde la prevención dejó de ser visible.

En redes, grupos de vecinos y conversaciones cotidianas, el relato se repite: hechos de inseguridad en zonas “monitoreadas” donde nadie actúa en tiempo real. Según un informe compartido por vecinos, a pesar de los anuncios políticos de recambio de cámaras, el cambio en la vida real no se vé. El seguimiento no existe, o no llega a tiempo.

“Nos robó un motochorro en pleno centro de Boulogne. Había una cámara a 20 metros supuestamente. Nunca llegó el móvil. Encima cuando pedimos la grabación al Municipio dicen que no la tienen porque la cámara enfocaba para otro lado”, cuenta Lucas, de 22 años.

La gestión actual sostiene que las estadísticas de delitos están controladas. Pero la experiencia contradice ese discurso. Jóvenes que antes se movían sin miedo hoy toman más recaudos. “Antes corría desde mi casa hasta el Hipódromo y daba la vuelta. Hoy me acerco con el auto y recién ahí salgo a correr”, agrega Sofía, de 24.

Más allá del hecho delictivo en sí, lo que se percibe es la sensación de estar solos. De que el Estado ya no cuida, no responde, no está. Y eso —para una generación que observa, comenta y documenta todo— duele más que el robo en sí.

La promesa era vivir en un municipio conectado, moderno y seguro. Lo que reciben, en muchos casos, es un municipio que responde más rápido en Instagram que en la calle.

Y cuando la juventud empieza a ver a su ciudad como un lugar donde nadie aparece cuando pasa algo, el problema ya no es solo de seguridad.

Es de confianza.
Y eso, si se rompe, no se arregla con una cámara nueva.