Quienes llevan décadas viviendo en San Isidro no necesitan que nadie les cuente cómo funcionaba antes el municipio. Lo vivieron: calles limpias, turnos médicos accesibles, servicios que respondían. Hoy, todo eso parece quedar cada vez más lejos.

Desde que asumió Ramón Lanús, en 2024, el municipio incrementó como nunca su estructura política. Según Zona Norte Diario Online, se sumaron 34 cargos nuevos —12 secretarías y 22 subsecretarías— con un costo total que supera los $20 mil millones anuales. Se designaron otros 200 directores y asesores con sueldos promedio de 3 millones. El Intendente cobra otros 13 millones al mes. El argumento fue “modernizar la gestión”. Pero a esta altura, la única modernización visible es la del gasto.
Hospitales con demoras de hasta 9 meses para turnos en algunas especialidades, obras paralizadas en barrios como Boulogne y Béccar, basura acumulada donde antes había limpieza diaria, y escuelas que hoy tienen baños rotos, techos que gotean y aulas sin calefacción. Todo esto mientras se destinan cifras millonarias a una burocracia que no soluciona lo básico.

A fines de 2023, el municipio aprobó un aumento del 214% en las tasas municipales. Para miles de vecinos que hacen malabares para sostener su hogar, criar hijos, cuidar padres mayores y mantener su trabajo, el esfuerzo se volvió doblemente injusto: pagan más por mucho menos.

Y lo más preocupante es el silencio. No hay un plan concreto, ni metas claras, ni resultados auditables. Solo promesas que se diluyen mientras la ciudad se deteriora. Para muchos, el problema ya no es la falta de dinero, sino el uso político improductivo y desorganizado de los recursos.

San Isidro siempre fue sinónimo de orden y previsibilidad. Hoy, empieza a parecer una gestión improvisada, cara e ineficiente, donde el vecino pone el cuerpo y el bolsillo, pero no encuentra respuestas. La paciencia, como los servicios, también tiene un límite.